La American Psychology Association (APA) describe la ecoansiedad como “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto
aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones”. Es muy común que al iniciar un cambio de vida a una más sustentable o sostenible, nos abrume la cantidad de cosas que “hacíamos mal”. Lo escribo entre comillas, porque considero que es por falta de información y no intencionalmente. Y a su vez, entre más indagamos sobre el tema, más nos puede dar la sensación de que el mundo va a colapsar en cualquier momento. A mí particularmente me pasó (incluso me pasa a veces) y por eso me interpela escribir sobre el tema, para que si a alguien más le sucede lo mismo, sepa que no está sola/o y que no hay que desesperar.

Voy a hablar un poco desde mi experiencia personal: lo primero que sentí cuando comencé a adentrarme en este “mundo”, fue, sin exagerar, “¡estoy haciendo todo mal!”. Y seguido
a eso, una suerte de enojo o indignación por no haber tenido la información antes. ¿Por qué es una temática “de nicho”? Cuando buscamos, encontramos información, pero si no
buscamos, podemos tranquilamente no enterarnos de nada. El famoso “fingir demencia”. Fue ahí donde ví cuál era uno de los mayores desafíos: que la información llegue aunque la
gente no la busque. Empapar lo más posible de información todos los lugares, espacios que podamos, democratizarla, ponerla en la agenda. ¿Qué puede ser más importante que el
hecho de que los recursos del mundo están agotados? Según parece, varias cosas… Pero para eso está esta comunidad del bien, que a paso firme va ganando espacios y
multiplicando voces.

Así y todo, sé que es difícil no caer a veces en esta eco-ansiedad de la que hablamos. ¿Cómo no preocuparnos cuando por ejemplo vemos las temperaturas en agosto alrededor del mundo? Hemisferio norte teniendo picos que hasta han superado los 50 grados, hemisferio sur con días “veraniegos” en pleno invierno…

Es preocupante y alarmante, no podemos negarlo: Global Footprint Network realiza el cálculo cada año con el objetivo de generar conciencia sobre el impacto que tienen nuestras
acciones en el medio ambiente. Este año, los recursos de todo el 2023 fueron agotados el 2 de Agosto…
Nos encontramos entonces ante la necesidad de hacer un cambio social. Es cierto que el mayor impacto está en manos de grandes empresas que parecen hacer oídos sordos a estas temáticas, pero al final del día, las empresas son un negocio, y un negocio sin ventas, no funciona. Entonces una de los puntos de inicio, considero yo, para comenzar a adentrarnos en un modo de vida más sostenible y amigable con el mundo en el que vivimos, es tener un consumo consciente. Vamos a ocuparnos en este caso, de la industria de la moda: no les puedo explicar el grado de culpa que tuve cuando comencé a ser consciente del consumo que estaba teniendo. No tanto en cuanto a cantidad de ropa que compraba, sino más bien a la calidad.

Fue en ese momento, cuando escuché a Valentina, la directora de Universo Mola decir que el guardarropas más sostenible, era el que ya teníamos. De nada valía salir corriendo a reemplazar todo nuestro placard. Lo que teníamos ya estaba ahí. La consciencia parte de esa base: qué tengo, en qué condiciones, cómo la uso, no desechar porque sí, qué comprar, si realmente necesito comprar algo nuevo, etc. Y esto no solo aplica a la ropa. ¿Cuántas veces queremos salir corriendo a comprarnos algo nuevo que en realidad ya tenemos? El consumismo viene desde hace muchísimo tiempo, sacarse ese “chip” puede costarnos un poco al principio.

El camino a una vida más sostenible, es integral: no solo nos cuestionamos qué consumimos, sino también quienes somos, qué queremos, qué nos representa, que no. Y es por eso que es el inicio de un proceso donde nos volvemos más críticos con todo, no sólo con la moda.

La moda siempre fue vista y considerada como algo frívolo y/o superficial. Pero lejos de eso, ha sido la voz de la sociedad incontables veces. Aunque por momentos parezca silenciosa, nos permite expresar lo que a veces no logramos poner en palabras o aquellas cosas que la sociedad no se anima a admitir. Por ejemplo, ¿no fue en la década de los 50 el auge del corset? Justo en una época post guerra, cuando los hombres vuelven de la guerra y encuentran a sus mujeres empoderadas reemplazandolos en las tareas que hasta de la guerra, eran de ellos. Y frente a este cambio social que buscaba que las mujeres “vuelvan a sus casas”, reaparece el corset… De la misma forma que en las décadas de los 60 y 70, toma fuerza la moda descontracturada del movimiento hippie en manos de una juventud que reclama su libertad y defensa de sus derechos. ¿Es casualidad que la moda de esa época nos remonte a esa sensación de libertad? No, no es casualidad.

Por esto, no es novedad que la moda sustentable esté tomando cada vez más relevancia frente a un mundo que se nos prende fuego delante de nuestros ojos. He aquí la importancia de la democratización de la información, no desesperar, pero tomar real consciencia de que éste es el único camino posible. Exigir como consumidores, aportar como emprendedores, sumar como comunicadores. Si no realizamos un cambio ahora, ¿qué mundo nos va a quedar?