Por: Ileana Gonzalez
El hilo y la aguja son elementos que datan de muchos siglos. Gracias a ellos, la humanidad pudo unir dos o más planos que permitieron, entre muchas cosas, vestir al ser humano. Aunque no tengamos un acercamiento directo con la costura, siempre estuvimos rodeada por ella, no sólo por tener la cajita de emergencia con hilo y aguja que nos saca de los apuros, sino, a través de la imagen más vívida: nuestras abuelas.
Seguramente, al relacionar la costura con las abuelas te remitas a la mítica lata de galletas, el símbolo más latino que, por alguna razón, albergó botones de distintas formas y colores, encajes, hilos de infinidad de colores, cierres, dedal, enhebrador, así como la mini tijera y cualquier objeto que pensaran que un futuro podría ser útil. Sin embargo, además de las latas, hubo otro objeto que unió a Latinoamérica: las máquinas de coser Singer, formando parte del recuerdo de hijos y nietos de distintos países.
En mi caso, mis dos abuelas, una vivía en el campo y en el pueblo y la otra en la ciudad; ambas sabían de costura y tenían máquina de coser. Afortunadamente, heredé la máquina de coser de mi abuela Ana, una Singer maravillosa que fue una herramienta muy importante para el aporte monetario familiar, cosiendo infinidades de lonas para reposeras y numerosas prendas para la familia. Asimismo, el recuerdo de mi padre con mi abuela Antonia, fue el de verla zurcir, hacer ruedos y confeccionar prendas copiadas de revistas que vestían a toda la familia, siendo también, el sustento familiar en tiempos difíciles.
Entonces, ¿Por qué la mayoría de las mujeres del siglo pasado sabían de costura y tenían máquinas de coser?
Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, aparecieron en Latinoamérica las máquinas de coser Singer, creación exportada de Estados Unidos. Como señala la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, “aunque las primeras máquinas Singer, se crearon para uso industrial, rápidamente fueron adaptadas para labores domésticas y se convirtieron en un accesorio imprescindible en los hogares”. Por otra parte, contar con una máquina de coser no solo brindaba a las mujeres una mayor movilidad social, sino también física y una conexión arraigada en la cultura familiar. Estas mujeres trasladaban sus máquinas de coser de un hogar a otro, transmitiéndolas de generación en generación, convirtiéndose en un electrodoméstico esencial en el hogar femenino (de la Cruz-Fernández).
Previamente a este suceso, como explica Mitidieri, la costura fue una práctica que no sólo se transmitía de madres a hijas, sino que fue parte de las escuelas públicas y privadas como asignatura, que comprendía la confección de ojales, dobladillos, puntos diversos, nociones de zurcido y bordado, como parte necesaria de la formación de las mujeres. Aunque para finales del siglo XIX, el patronaje y la confección eran conocimientos exclusivos de la modista, la llegada de las revistas que incluían secciones de el paso a paso para elaborar una prenda y los moldes fue muy importante para la época, ya que permitió a las mujeres poder confeccionar su propia ropa y la de su familia. Por su parte, como expresa de la Cruz-Fernández, Singer también contribuyó a ello, ya que su estrategia de venta se basaba en promover las oportunidades de las mujeres para construir su propio pequeño negocio y confeccionar su propia ropa en casa, vendiendo sus máquinas a través de pagos a plazos. Además, Singer ofrecía cursos de bordado a máquina, así como cursos de corte y confección, mandando el material didáctico por correo.
Pese a que la costura ha sido considerada, como expresa Mitidieri, “socialmente como una actividad fronteriza, entre la labor y el trabajo, entre actividades consideradas “ociosas” y femeninas y … entre el saber de mujeres y la utilidad industriosa”, tanto el arte, las revistas, el periódico como las fotos de archivo, nos muestran la búsqueda por democratizar el conocimiento y la accesibilidad a tener una máquina de coser sin importar la clase social, permitiendo a muchas mujeres contribuir en la economía doméstica, tanto para remendar prendas de la familia y aumentar su durabilidad y dar continuidad a la ropa dentro de la familia, a través de la sucesión de prendas de vestir de un hermano mayor a uno menor, así como, realizar arreglos para terceros, con la finalidad de ganar dinero.
Zurcir, coser, hilvanar, ajustar dobladillos, replicar patrones y, sobre todo, el ingenio para transformar, restaurar y confeccionar prendas y artículos del hogar con los recursos limitados que contaban, son labores que durante generaciones en nuestra cultura han sido cotidianas e invisibles. Hoy, todas nuestras abuelas y demás mujeres merecen un gran reconocimiento que, desde su rincón con su máquina de coser y su costurero, han dejado un legado invaluable y un recuerdo que ha marcado y sigue marcando la vida de muchos hijos y nietos.
Referencias
- Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Máquina Singer. Recuperado de https://bibliotecapiloto.janium.net/janiumbin/sumario.pl?Id=20240326110252#
- de la Cruz-Fernández, P. A. (2013). Atlantic Threads: Singer in Spain and Mexico, 1860-1940. FIU Electronic: Theses and Dissertations. 953. https://digitalcommons.fiu.edu/etd/953
- Mitidieri, G. (2021). Costureras, modistas, sastres y aprendices: una aproximación al mundo laboral del trabajo de la aguja: Buenos Aires 1852-1862. 1ª ed – Mar del Plata: EUDEM.