Por Sofia Cirni
Hace algunos años, con mi grupo de amigas, nos juntamos a ponernos al día, cenar e intercambiarnos ropa. En una era de vínculos fugaces y consumo desacelerado, hallamos la forma en la cual nos encontramos – no sin mil idas y vueltas de día y fecha- a repasar momentos en los que usamos aquellas prendas que soltamos, recordamos cómo fueron cambiando nuestros cuerpos con el tiempo en aquellos talles que ya no van, o nos reímos de anécdotas que guarda alguna mancha.
Una respuesta de moda circular a las economías en baja o conciencia de consumir que emerge de forma consciente y sostenible en el tiempo. Más allá del impacto positivo de este club de intercambio, reparación o reutilización – y vinitos, si, todo acompañado de vinitos- surge un componente emocional: la conexión que genera compartir prendas.
Nuestras cenas de intercambio de prendas, no solo hacen frente a la sostenibilidad, y la posibilidad de extender la vida útil, si no, que se presenta como un acto amoroso de resistencia frente al modelo de consumo desechable. Cada prenda que pasa de una mano a otra disminuye su costo por uso y evita convertirse en un desecho prematuro, y dentro de este acto, se destaca una práctica humana de dar acceso a lo que se valora, y reforzar los vínculos a través del acto de compartir.
Cada prenda intercambiada no solo cambia de dueña -hasta tanto se decida entrar en el fondo de prendas-, sino que también carga consigo recuerdos, experiencias y emociones. El vestido que usaste en una ocasión especial, la campera heredada de una amiga en un momento de necesidad, o la blusa que te recuerda un viaje. En cada prenda, mis amigas me regalan una parte de su estilo personal y también, un fragmento de su historia.
En un entorno en el que se valora lo nuevo por sobre lo duradero, solemos olvidar que la ropa también es un contenedor de memoria. Hay prendas que nos remiten a una época específica de nuestras vidas, a un sentimiento o a una persona. La moda circular, lejos de ser solo una práctica sustentable, nos recuerda la trascendencia emocional de los objetos y la importancia de darles una segunda vida.
Practicar la moda circular a través del intercambio con amigas, la compra de segunda mano o la reparación de prendas heredadas es un ejercicio de valoración y de resignificación. En un mundo donde la obsolescencia programada es la norma, apostar por lo duradero y lo compartido es una manera de desafiar el sistema y encontrar belleza en lo que ya existe
En un mundo que nos empuja a comprar sin freno, elegir recircular es, en definitiva, una declaración de amor: por nuestras amigas, por el planeta y por las historias que vestimos.
Dedicada a mis amigas,
Sofia Cirni
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