Por Cristina Rivas

 

Las tendencias han sido, por décadas, una brújula para el consumidor: lo que debes usar, cómo, cuándo y por qué. Sin embargo, en un contexto de crisis ambiental, sobreproducción textil y pérdida de identidad cultural, seguir la corriente sin cuestionar parece más una inercia que una elección. Entonces, ¿por qué seguimos vistiéndonos para pertenecer?

 

Vestirnos para pertenecer es una práctica profundamente arraigada en nuestra naturaleza social y en la evolución de la moda como herramienta de identidad, expresión y adaptación cultural. A lo largo de la historia, la forma en que nos vestimos ha servido tanto para integrarnos en grupos como para diferenciarnos de ellos, reflejando dinámicas de poder, resistencia y pertenencia.

 

Desde una perspectiva sociológica, la necesidad de pertenencia es inherente al ser humano. La moda actúa como un lenguaje visual que permite comunicar nuestra identidad y afiliarse a determinados grupos sociales. Este fenómeno se explica por varios factores:

  • Instinto gregario: La tendencia natural a formar parte de un grupo para asegurar la supervivencia y el bienestar emocional.
  • Conformidad social: La presión implícita o explícita para adherirse a las normas y estilos predominantes en un grupo determinado.
  • Búsqueda de identidad: Especialmente en etapas como la adolescencia, donde la moda se convierte en una herramienta clave para explorar y afirmar la propia identidad.

Además, la industria de la moda y las plataformas digitales amplifican estas dinámicas al promover constantemente nuevas tendencias, lo que puede llevar a una saturación conocida como fashion burnout, donde la identidad personal se ve amenazada por la rapidez y fugacidad de las modas actuales.

 

En la industria de la moda, las tendencias ya no responden solo a la creatividad, sino a calendarios de consumo. Lo nuevo, lo viral, lo que dicta el algoritmo. Pero también está surgiendo otro movimiento: uno que elige lo que es tendencia. Y en ese camino, América Latina está marcando una diferencia.

 

Desde Universo MOLA, un ecosistema de moda sostenible, se está proponiendo una manera diferente de habitar la moda. No se trata de rechazar las tendencias, sino de dotarlas de propósito. Valentina Suárez, directora de MOLA, destaca que «ser sostenible no es solo usar materiales ecofriendly, sino también pensar en la trazabilidad de cada prenda, entendiendo su historia y valorando su proceso».

Lo que muestran diseñadores como Arzayús (Guatemala), quien transforma prendas recicladas en piezas únicas con un toque urbano; o Pinsón (Colombia), una marca que fusiona ciencia, biomateriales y moda sostenible. Utilizando pigmentos 100% naturales y materiales ecológicos para crear prendas con propósito. Ambas presentaron sus propuestas en la pasarela de Universo MOLA Fashion Week 2025; no son simples modas: son manifestaciones de identidad, resistencia y ética.

 

A lo largo de la historia, diversos movimientos han ejemplificado cómo la moda refleja y moldea las dinámicas sociales:

 

Youthquake (década de 1960):
Acuñado por Diana Vreeland, este término describe un movimiento cultural donde la juventud tomó el control de la moda, alejándose de las normas establecidas por las casas de alta costura. Inspirados por la música y la cultura pop, los jóvenes adoptaron estilos como las minifaldas y los colores vibrantes, desafiando las convenciones y estableciendo nuevas normas estéticas.

 

Dapper Dan y el dandismo negro (años 1980):

En Harlem, Daniel Day, conocido como Dapper Dan, creó prendas personalizadas con logos de marcas de lujo, adaptándolas a la cultura afroamericana. Este acto de apropiación y reinterpretación fue una forma de resistencia y afirmación identitaria frente a la exclusión de las grandes casas de moda. Décadas después, su influencia fue reconocida por la industria, destacando su papel en la redefinición de la moda urbana.

 

Neochulapismo (Madrid contemporáneo):
En Madrid, ha resurgido una tendencia que reivindica el folclore y la indumentaria tradicional madrileña como forma de identidad y resistencia frente a la estandarización global. Este movimiento, conocido como neochulapismo, retoma tradiciones populares y ha sido adoptado tanto por jóvenes como por figuras políticas, convirtiéndose en un símbolo de orgullo local y cultural.

 

El problema no es seguir una tendencia. El problema es seguirla sin pensar. ¿Compramos porque nos representa o porque queremos encajar? ¿Elegimos ropa por su mensaje o por miedo a quedarnos fuera del discurso visual dominante?

 

Vestirnos para pertenecer es un acto profundamente humano. Pero hoy, tenemos la oportunidad de decidir a qué queremos pertenecer: ¿a un sistema que nos uniforma para consumir o a una comunidad que usa la moda como lenguaje de cambio?

 

Las pasarelas de Universo MOLA Fashion Week 2025, celebradas en Bogotá, dejaron en claro que las nuevas tendencias no son dictadas por conglomerados, sino por territorios, memorias y causas. Vestir con propósito ya no es una rareza: es una urgencia.

 

Y quizás, al final, la moda sostenible no quiera matar las tendencias. Tal vez quiera salvarlas. Porque cuando las tendencias tienen alma, pueden guiar, no imponer.

 

Fuentes:

https://ecolover.life/blog/universo-mola-ong-moda-sostenible-latam/

 

https://en.wikipedia.org/wiki/Youthquake_(movement)

 

https://elpais.com/smoda/moda/2025-05-05/no-queriamos-entrar-en-su-elite-queriamos-crear-la-nuestra-dapper-dan-el-hombre-que-vistio-a-harlem-con-logos-falsos.html

 

https://elpais.com/eps/2025-05-02/neochulapismo.html

 

Maslow, A. H. (1943). A Theory of Human Motivation. Psychological Review, 50(4), 370–396.

 

Cialdini, R. B., & Goldstein, N. J. (2004). Social Influence: Compliance and Conformity. Annual Review of Psychology, 55, 591–621.

 

Davis, F. (1992). Fashion, Culture, and Identity. University of Chicago Press.